lunes, 18 de enero de 2010

Turista en transito

Eran aproximadamente las 7:20 de la mañana cuando llegue a la esquina de la obra en construcción en la que estoy trabajando. Me pareció ver a toda la peonada en la puerta, medios alborotados y confusos. A medida que me iba acercando note que un grupo de obreros estaban de rodillas balbuceando palabras, parecía que estaban orando, otros se golpeaban el pecho y se tomaban la cabeza. Era raro verlos a todos en esta escena en la que evidentemente se estaban gestando acontecimientos imprecisos, otros estaban discutiendo y en un ademan cruzado parecería que la gran mayoría se persignaba, pero ¿por que motivo? ¿Cuál era la razón de este acto de fe?
Al aproximarme un poco mas el capataz me freno y me pidió que por favor no de un paso mas, aseguraba que algo malo podría pasarme si no prestaba atención a esta advertencia, pero no sabia explicarme que estaba sucediendo. Mi curiosidad fue mayor así que me aventure a los empujones hasta la puerta misma donde estaba el fin de la cuestión.
A simple vista no vi nada, todo parecía normal pero al dar un paso mas para abrir la puerta, un compañero tiro de mi brazo hacia atrás evitando así mi cometido. Me acusaron de demencia e irresponsabilidad y por unos minutos fui la atención de todos. Mire a mi alrededor mas detalladamente y pude observar una vela encendida, a unos centímetros había otra y otra, así se repetía la escena hasta llegar a la puerta de la obra en construcción.
Al pie de la misma descansaba una pequeña figura muy parecida a Carlos Gardel, en su boca tenia un cigarro sin encender, a su derecha había una copa de vino llena junto a una botella de un tinto reconocido por más de uno de los muchachos que allí se encontraban. Del lado izquierdo, había un sándwich en un plato plástico y al centro, una porción de torta de chocolate.
Todos estaban asustados ya que pensaban que el mismo mandinga se había aparecido para revelar algún mensaje, otros entretejían algunas hipótesis y teorías que apuntaban a un origen común: algo desconocido y maligno.
El sonido de un cencerro llamo mi atención y la de todo el grupo. A unos metros, se aproximaba un personaje que nunca antes había visto. Pelo largo, barba blanca, piel curtida por el sol, vestía una camisa rallada media deshilachada y un pantalón antiquísimo, remendado prolijamente. Completaban su vestuario unos borcegos sin cordones unos números más grandes de lo requerido. Empujaba un carro repleto de botellas y cartones que serian su sustento para el día, me llamo mucho la atención una leyenda escrita al costado de su contenedor con ruedas que rezaba “turista en transito”.
El linyera sin mediar palabras se acerco al volquete donde pretendía encontrar algo de hierro o cartón para reciclar pero se encontró con algo aun mejor, el suceso que a todos nos tenía espantados. Sigilosamente fue acercándose a la imagen, se refregó los ojos para asegurar que lo que estaba viendo era real, por un segundo me pareció verlo relamerse los labios, froto sus manos y presentándose como el mejor, aseguro que era el indicado para resolver este problema.
En primer lugar pidió que abran paso y formen un semicírculo alrededor de la imagen, solicito tranquilidad y recomendó un ejerció de respiración para aquellos que aun temblaban.
Después de haber organizado al grupo se fue a cercando lentamente a la imagen, mostro una reverencia y al agacharse tomo con ambas manos el sándwich que en dos bocados devoro, guardo el plato plástico en uno de sus bolsillos, apunto su mirada a la copa, la tomo en sus manos, disfruto por unos segundos del aroma y saboreo el vino como un excelente catador, guardo la botella con el liquido restante y la copa en su carrito.
A la vista de la multitud se sentó casi satisfecho, les siguió recomendando a todos el orden y que no rompan filas, y ahí estaba el, en medio, solo, parecía invadido por una paz mientras nosotros lo mirábamos degustar la porción de torta de chocolate, por ultimo tomo la imagen de Gardel que acomodo bajo su brazo, casi mimándolo en un abrazo, respetuosamente le quito el cigarro y pidió fuego, las velas ya estaban apagadas, nadie se animaba, no se si me empujaron o salió de mi, pero di un paso al frente y ofrecí mi encendedor, el linyera agradeció mi gesto, le dio un beso a la estatuilla y la acomodo al frente de su carro, me pareció escuchar mientras se iba, entre el humo del cigarro, como le agradecía a esa imagen por la comida que había probado.
Nos quedamos todos sorprendidos y atónitos, nadie podía acotar ni mencionar una palabra, nos quedamos ahí viendo al linyera ir empujando su carrito al son del cencerro que acompañaba su lento paso, nos quedamos con una extraña sensación de alivio y curiosidad, solo nos quedamos viendo como se alejaba para siempre con su carrito, con la leyenda escrita al costado que rezaba: “turista en transito”.

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